jueves, 2 de julio de 2015

Laguna de los pasos

Salí de casa en busca de unas pinturas para mi nueva biblioteca. Tenía tiempo libre, en 
realidad era libre porque no estaba trabajando. El pecado que esto implica para esa especie 
de subconsciencia colectiva social que insiste permanentemente en preguntarte "¿y 
ahora qué vas a hacer?" paradójicamente se le llama tener el día -lo que en términos 
de tiempo significa la representación de la vida- libre.

Quería colores fuertes, intensos. Buscaba llenar el cuarto de fantasías, historias, vidas, 
pensamientos y las infinitas gratitudes que regalan los libros y para eso tenía que 
hacerles un entorno en donde se sintieran cómodos. Aprovechando el tiempo -casi 
que el acto más sublime del hombre- me propuse dar una vuelta en bicicleta por el 
barrio. Hacía dos meses que me había mudado y todavía no sabía qué tan distinto era 
el mundo a cinco cuadras de casa. Tengo la suerte -entendiendo "suerte" en este caso como el  resultado del mi entorno histórico ineludible y las decisiones tomadas-  de vivir a unas 
pocas cuadras de dos lagos muy lindos en medio de una urbanización escasa pero en 
crecimiento feróz como es la de la Ciudad de la Costa. Un conglomerado de barrios 
costeros -casi balnearios diría- en Canelones, a 20 kms del centro de Montevideo. Para 
los vecinos salir a recorrer el barrio tendrá siempre un plan tentador y de inevitable 
belleza; detenerse frente al lago.

Había hecho solo dos cuadras y en un terreno baldío veo un cartel que me hizo poner 
un cambio más liviano en la bicicleta, pedalear más intensamente pero seguir a la 
misma velocidad. Como si el cuerpo por sí solo expresara lo que pasaba adentro de mi 
cabeza; daba vueltas sobre algo que tiene una velocidad casi invariable; el desarrollo 
humano y su empatía. El cartel decía "No tirar basura".

Mi ruta -mi vida- pedía tranquilidad. Por eso fui por las calles menos invadidas. 
Después de cruzar la única avenida asfaltada y de tránsito pesado -Aerosur- pedaleé 
solo para que la bicicleta no perdiera el equilibrio. Estiraba en el tiempo cada 
centímetro. Miraba todo lo que podía, los árboles, los perros que levantaban sus 
hocicos olfateando a distancia, los diseños de las casas, las plantas, todo. Juro que a 
20kms del centro de la capital de mi país, donde conviven más de un millón y medio de 
personas de todas partes del mundo, se puede vivir en un ensueño rochense. El sonido 
ambiente perturbador de la ciudad se disminuye tanto que uno vuelve a escucharse 
también cuando piensa cosas dóciles y banales. Existe una percepción encantadora de 
lo que no hace ruido.

Me fui cruzando con personas a las que, desde que las veía, fantaseaba con saludarlas 
para que supieran que somos vecinos. Sin embargo, mi sigilosa visita por sus calles 
sentí que les resultaba  intimidante. El manso pedalear, mi remera del Inter de Porto 
Alegre manchada, aquello de la propiedad privada, la rebelión de mis pelos y cargar 
con su vida le abrieron paso al prejuicio. No tuve el valor de saludarlos, presentarme y 
felicitarlos por el lugar en donde viven como creo que debería ser el comportamiento 
normal de mi utópica vecindad universal. Sigo fantaseando con esas formas. Sigo 
fantaseando con saludar gente. No se si ponerme mal porque saludar significa un 
conjunto gigantesco de silogismos morales en donde uno piensa si el otro estará 
pensando en que yo estoy pensando en violentarlo o si alegrarme porque una forma 
de cambiar eso es solamente empezar a saludar, sin importarme si ellos creen que 
estoy loco o que estoy queriendo ganarme su confianza para despojarlos de todo esos 
pedazos de plásticos que -tantas horas de trabajo y un sólo día libre por semana 
durante años- les costó comprar.

Mientras recorría la primer calle paralela a la que bordea el lago ví que en varias 
ocasiones existían caminos de arena claramente definidos por donde se podía acceder 
al agua. "Compro las pinturas y vengo a sentarme acá" sonreían mis pensamientos 
llenos de expectativa.

        -¿Te puedo ayudar en algo?- preguntó la simpática vendedora del local después 
de verme unos 7 u 8 minutos mirando la misma góndola, las mismas pinturas, tocarlas 
una a una y no agarrar ninguna. -Acá -y me señalaba un cartón- tenés las muestras de 
los colores-.

        -¡Ah bien!- suspiré aliviado al descubrir qué carajo era bermellón. -¡Es rojo!- 
exclamé como si ella hubiera sido parte de la conversación que venía teniendo en mi 
cabeza hacía rato. -¡Ta! Entonces ya decido y voy para la caja- dije medio avergonzado 
porque en realidad nunca sabré si fueron 7 minutos o media hora atado a ese dilema .

        -Sí, mirá tranquilo. Te preguntaba por si tenías alguna duda. Tomate tu tiempo- 
concluyó entre amabilidad e ironía.

Elegí la calle que circunda el lago y volví a pensar en lo afortunados que son los dueños 
de esas casas. También se me cruzaron algunos cuestionamientos sobre si es justo que 
algunas de esas propiedades que sus patios están formados por los encantos de los 
lagos sean utilizadas por empresas. Pensaba en la distribución de la belleza. ¿No 
deberían ser todos esos lugares públicos? No plazas y parques -aunque no estaría mal- 
pero por lo menos con actividades que nos permitan a cualquiera de nosotros poder 
sentarnos ahí un rato. No sé. No lo resolví al dilema. Pero el alivio me lo serví creyendo 
que por lo menos los que trabajan y los clientes que entran a esas empresas deben ser 
más cantidad que los integrantes de una sola familia que decide pagarse ese paisaje.

Encontré una bajada hacia el lago bastante pronunciada que denotaba que allí existe 
un tránsito  fluido. Hasta un banco hecho de material había para sentarse. El lugar 
podría estar más limpio, pero era perfectamente habitable y disfrutable. En toda la 
superficie de arena que bordeaba el lago -que serían unos 30 metros de largo por unos 
5 de ancho- no había nadie. Del otro lado, contra un árbol muy grande, en un espacio 
que desde mis 100/120 metros de distancia lucía como un lugar amplio y con esencia 
de plaza, había una pareja de jóvenes. No me animo a determinar con precisión 
estando tan lejos pero no pasarían los 20 años. Ella estaba encima de él. Jugaban, se 
reían, se abrazaban y no quise saber mucho más. Mi abuela, un amigo, yo, muchos, 
fácilmente transportarían esa imagen a una perversión, a la utilización de un espacio 
público para un acto sexual sin saber realmente si eso está ocurriendo. Con frágiles 
datos nos convencemos de que ahí está sucediendo lo peor para mi abuela, lo 
morboso para los jóvenes, lo desesperanzador para los adultos conservadores y tantas 
construcciones como analistas del tema hayan. En la mesa redonda entre varios de mis 
Yo, uno levantó la mano y dijo "¿Pero dónde está lo malo? En el caso de que 
estuvieran teniendo sexo en cualquiera de sus formas, no hacen más que vivir un 
momento tan supremo como anhelado por todos nosotros. ¿El problema es que lo 
hacen en un espacio público? ¿Y? ¿No es público? ¿No es de ellos también? ¿Qué 
significa atentado al pudor? ¿Atentado a los placeres que nos encantan?" Ahí cerré el 
tema. Me encanta tener la posibilidad de dar por finalizada las discusiones cuando 
estoy de acuerdo con uno de mis Yo. No significa que ese Yo va a resolver moralmente 
todas las situaciones de este tipo pero por lo menos me quedo con un espíritu liberal 
hasta la próxima escena.

Junto con la pareja, que eran los únicos habitantes humanos de la zona hasta ese 
momento, habían un montón de patos. Por lo menos eran 20. Algunos estaban 
pisando tierra, bastante cerca del fluír amoroso y otros esperaban dentro del agua. 
Empezaron a graznar, se comunicaban algo, todos cambiaron de dirección, activaron y 
empezaron a dirigirse hacia mi orilla. Primero fueron en fila muy homogénea, haciendo un camino que contenía curvas imaginarias de unos 90 grados, como si efectivamente hubiera una ruta ahí. Bordeando la orilla empezaron a pasar frente a mi casi que desfilando. Otra vez la junta de notables que integran cada una de mis mesas de tertulia mental empezó a emitir interpretaciones: "Le estás invadiendo el territorio de ellos y no les gusta tanto" dice mi Yo lleno de miedo (que me tiene medio cansado ya), "Capaz que vienen a recibirte" dijo uno muy tierno, con el que me estoy llevando bastante bien últimamente. -Él cree en todo y todo aflora de una esencia positiva. Cuando sucede lo contrario dice "me equivoqué" sonríe y se queda sentado mirándome naturalmente. Siempre pierdo frente a eso-. Seguí dando vueltas, escuchando la cantidad de hipótesis que hacen estos periodistas deportivos de mi vida mientras que uno de los últimos patos de la fila que se paseaban presentándose, 
decidió parar y acercarse. Lo acompañaron 3 o 4 más. -Lo sentí como el líder de ellos, 
claro que humanicé demasiado su especie. No tenía porqué haber líder-. Se me acercó 
cada vez más, a paso lento, emitía un sonido suave. A uno de esos sonidos lo descifré 
como un "tranquilo, parece un humano inofensivo". Otro me pareció que contestó 
desde adentro del agua: "Igual no te regalés, ya sabés como son". Pero todas esas 
interpretaciones nacieron de la sala de al lado, donde también había una mesa 
redonda discutiendo sobre comportamientos de patos. Seguía sin saber qué buscaban, 
tenían las patas muy grandes, de un color naranja intenso (como el que quisiera para 
mi biblioteca) y eran en su mayoría de plumaje blanco. Aunque había otra especie, de 
unos cuatro o cinco ejemplares, que eran más chicos, todos negros y con un pico casi 
verde flúor hermoso. Se arrimaron hasta un metro, metro y medio, emitían sonidos 
cortitos y a bajo volumen. Me observaron desde muy cerca, picotearon algo del piso 
haciéndose los desentendidos y  poco a poco se fueron retirando. Yo me preguntaba si 
ese fue el saludo de bienvenida a su lugar -aquello que yo había fantaseado como mi 
utópica vecindad universal- o si había sido demasiado descortés de mi parte caer con 
las manos vacías. Entre esos pedaleos de mi cabeza, una imagen empezó a aflojar mis 
piernas y a calmarme como si hubiera agarrado una bajada. Suavemente uno a uno 
entraba al agua. Cuando sus plumas sentían el fresco húmedo del lago estirarban sus 
patas hacia atrás y con leves movimientos se dejaban llevar. Inflaban el pecho, se 
ensanchaban, se llenaban por dentro, se estiraban y flotaban. Fluían. Me estremecía su 
capacidad de integración con otra especie, su coraje, la lenta y cálida forma de 
relacionamiento con un otro y su mayor fortaleza; la adaptabilidad. Pisaron tierra y 
flotaron sobre agua. A nosotros los humamos nos regalaron la consciencia para 
llenarnos de mesas de tertulias. De múltiples Yo discutiendo para cada escena, 
buscando leyes y normas que nos hagan comportarnos entre nosotros, y estos 
animales hacen tan simple lo que nos cuesta años, libros, genocidios, guerras, 
enfermedades y sufrimientos; relacionarnos, ser libres. Convivir, quererse, llamarse 
cuando hay comida para compartir. Utilizar nuestros recursos para hacer del medio un 
lugar con calor y color para todos.

Después de aquella conmoción pacífica interna, me volvía creyendo que vivía a cinco 
cuadras de un paraíso. Que a 10 minutos de mi cama florecía un fenómeno 
encantador, un ejemplo, una inspiración creativa, magia. Pedaleaba lento ya por el 
otro lado del lago, estiré mi ruta unos metros más, pero me regalé otra vez ese paisaje 
y tuve que parar de nuevo. Los patos graznaban fuerte y alto, se llamaban. Habían 
pisado tierra firme de nuevo. Ahora estaban entreverados con unas tres o cuatro 
personas que se habían bajado de un auto sobre la orilla en la que yo estaba hasta 
hacía dos minutos. Estaban recibiéndolos a ellos y llamando a los ausentes que -como 
si la tierra y el agua no fueran suficientes medios de vida de los que formar parte- 
vinieron por aire y a gran velocidad. Los nuevos visitantes habían traído comida para 
ellos. Fue la reafirmación de mi descortesía y de su completud.

El gran valor del hombre, la consciencia, esa que los mismos hombres dicen que a los 
animales le falta, a veces funciona como el más triste obstáculo de la libertad. Clasifica 
las cosas poniéndose como centro. Lo bueno -pero de cambio liviano, de centímetros 
eternos- es que a través de ella, podremos reconocer, pensar y elegir cuál es la forma 
que más nos embellece la vida, que nos gusta, que nos hace flotar. Tomar decisiones 
siempre es elegir un nuevo camino lleno de incertidumbre, Es transitar por un terreno 
desconocido. Pero una vez que estás ahí, en tu nuevo lugar de partida, el miedo es solo 
una forma de caminar.

viernes, 23 de enero de 2015

Shhh

Tengan cuidado. El ruido es casi un fenómeno natural del que nos necesita mareados. Ese algo, negativo y según rumores; manejado por humanos, se alimenta de nuestra distracción. Distraídos unos, atraídos los que tienen miedo a dejarse llevar. Inseguros, buscan cuidarse la espalda de todo y todos cuando lo único perjudicial a lo largo de la historia fue construído por otro inseguro, atraído. 

La cosa es que no hay que prestar la atención. ¿Si no la devuelve? Atraerse de no distraerse a gracia de un atento. Para que al final, la distracción sea la forma colectiva de vida. Libres, seguros, sabiendo que fluír es la palabra más completa de la existencia. 

A prestarle atención a la desatención. Que es lo único que nos lleva a otro lado. Con menos luces. Silencio y conciencia. El cruce con otros distraídos, y por tanto, seguros, tranquilos, parecido a felices, nos irá destapando los oídos hasta solo escuchar música. Que es la plenitud en formato auditivo. Pero que el ruido no nos permite escuchar. 


Esta es mi propuesta, Sr. Juez.


viernes, 10 de octubre de 2014

Vivir por haber vivido y querer volver a vivirlo

Entiendo que no entendemos nada. Que nos ensañamos con un modelo de vida que nos genera necesidades más influyentes por el significante de necesidad más que por su valor real.Necesitamos tener necesidades. Nos vamos obligando a cumplirlas, entregando cada vez más pedazos de vida detrás de costumbres que no pedimos. Cuestionar no el deseo si no la necesidad de desear parece ser la cuestión. Tratar de entender desde dónde nace ese afán quizá nos haga ver que no tiene raíces en nuestro costado más puro. 

Si entiendo al amor como una institución, que tenga como objetivo, quizás lejano, pero seguramente definitivo, la necesidad de brindarme una familia, y para eso yo deba cumplir con costumbres religiosas, políticas, sociales, etc. Llega un momento que se me transforma en una obsesión. Me limita. Dejo de vivir conectado con mis encuentros emocionales diarios, para prepararme u llevarme hacia el gran proyecto final. Creo que esa construcción del inconsciente está moldeado por un fluir dirigido y me corre de mi única verdad; el hoy.

Idealizo al amor en un fin iluminador de una nueva experiencia igual. Desde el momento que el enamorado logra sentirse así, debería ese caso particular sólo ser una enseñanza de que ese estado de placer supremo se puede lograr. Y a partir de ahí, el único lazo sea el no querer despegarse nunca de ese conocimiento, siempre querer volver a vivirlo, sea con quien sea, o con la acción que sea. El amor y la pasión  son distintos caminos que nos llevan a un mismo lugar, al estado emocional más alto. Por lo que deberíamos obsesionarnos, es por siempre querer estar en ese lugar, a pesar de que hoy sea con una acción distinta a la de ayer, sólo el hecho de saber que eso existe, nos debe obligar a buscarlo por todos lados, todo el tiempo. 

En esa perspectiva entiendo a la única forma de concebir la relación del sujeto y el amor para que éste explote su costado más puro y sano. En la enseñanza. La experiencia es lo único que nos va a quedar cuando nos vengan a buscar. Es la última vida que nos queda. 

martes, 12 de agosto de 2014

¿Quién dijo que acá va un título?

Pensamiento más razonamiento, más razonamiento, más interpretación de una sensación, más posible razón de esa sensación, más cuestionamiento a dicha interpretación, más razonamiento, más un intento de conclusión global. Como un castillo de cartas. Atamos y atamos concordancias con forma de satisfacción. Todo puede ser invento de nuestra irracional capacidad de razonar y hacer que las cosas cierren. De nada de eso estamos seguros. Que la cultura, que el entorno, que mi posición, que mi momento particular, el aquí, el ahora, el ayer, la posibilidad de repercusión mañana, lo perjudicial o beneficioso que puede ser esto que digo para mi sueño, mi sueño, mis miedos. Todos juegan. Es soplar y eso se cae. Quien cree que sus cartas son más fuertes solo porque son las mismas a lo largo del tiempo, solo le falta soplar más fuerte, creo.

Una nueva interpretación es lo que estoy haciendo ahora mismo. Lo que escribo ahora, aquí, es la observación de cómo creo que actué hace un rato nada más. Pero quien observa, o sea yo, vengo cargado de  razonamientos, más razonamientos, más interpretaciones de sensaciones, más posibles razones de esas sensaciones, más cuestionamientos a dichas interpretaciones, más razonamientos, más intentos de conclusiones globales que se manifiestan acá. No crean tanto en lo que creo, si yo no creo demasiado en mi capacidad de creer. Creo más en la ficción aunque me sorprende un poco más la realidad. A pesar de que no estoy tan seguro de la realidad que otros me cuentan. Ese que me lo cuenta probablemente haya pasado por todo ese proceso que relaté al principio. ¡Ojo! Acabo de creer que alguien pasó por un proceso de racionalización de sus propios pensamientos y sus características. Es lo más cercano a una afirmación que he hecho desde que empecé a escribir y sin embargo es la más alejada de las posibilidades, teniendo en cuenta que se trata de otra persona, cuando yo no logré entender mi propio proceso de razonamiento.

¿Cómo pensar? ¿En quién o en qué creer? Hace mucho que me propuse sentir más. Aunque también he visto que mucha gente siente lo mismo. O por lo menos se manifiesta de forma muy similar a su mismo grupo de pares o a otros, pero son iguales. Entonces, ¿son las sensaciones lo más despojado de cargas culturales o también es una construcción?

El Mundo parece jugar a quién interpreta más rápido el paso del otro, generalmente un oponente. Ahora lo que sorprende es quién pensó antes los posibles movimientos y  generó una estrategia para combatirlo. Así funciona el cine que más nos gusta y la política que menos nos gusta. Interpretando.


¿Debo estar de algún lado? ¿Hay "lados"? ¿Quién propuso la división? ¿Qué nos divide?

Humanidad.

jueves, 26 de junio de 2014

Nosotros contra nosotros

Un evento tan importante para nosotros como un Mundial de fútbol nos expone enormemente. Nos muestra unidos por una energía controlada por el viento y las circunstancias. Esto no es precisamente bueno para nosotros. Las sensaciones a flor de piel nos deja vulnerables ante los intentos de persuasión de líderes de opinión que no siempre se han ganado ese lugar por inteligencia o méritos sociales. 

Los medios de comunicación y con éstos, principalmente las redes sociales, nos atormentan a mensajes de toda índole. Esas circunstancias movidas por los hechos nos dejan en la puerta un montón de herramientas que reproducimos instintivamente por simple impulsos emocionales. Esto es hermoso cuando el fin es una alegría compartida, aunque como todo lo excesivo, se vuelve peligroso estando tan cerca de una nueva derrota, como ha sucedido eternamente. No conozco al ganador infinito. 

La capacidad unificadora es incuestionable. Pero no todo nacionalismo es provechoso. Es más, conozco más errores que logros por eso. O mejor dicho, la historia ha demostrado que esto también se ha transformado en una herramienta para que los oportunistas aprovechen esa cohesión en beneficio propio. 

La adhesión desmesurada, cuando el viento viene en contra, suele ponernos a la defensiva y bipolarizar nuestro universo. Somos nosotros o ellos. Y lamentablemente esto anula nuestra capacidad crítica frente a los hechos. Lo que digan los de en frente será repudiado y nuestro discurso tendrá más características populistas que constructivas. Este fenómeno se ha expandido hasta el periodismo y los medios de comunicación que también viven desde el prejuicio y son simples portavoces de lo que la gente desea escuchar transformando esto cada vez más en una bola de nieve. Las fieras piden y los medios todavía cuentan con una confianza que desaprovechan tirando pasto buscando rating. 

Creo que es momento de parar, observar, exigir mayor profundidad en el análisis de los hechos, quitarse las banderas enceguecedoras y proponerse ser más autocríticos y conciliadores con nosotros mismos. La verdad es de todos y sus consecuencias también. Pelearnos en busca de la injusticia a nuestro favor es alimentar a los que se nutren de nuestro grito anónimo, inentendible y ensordecedor. 


En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, la libertad; y en todos, la caridad”. San Agustin.

viernes, 16 de mayo de 2014

Reconfigurando héroes

¿Qué significa ser exitoso? ¿Es hacer plata? ¿Ser famoso? ¿Tener una familia?
Según los tres chanchitos, trabajar más, no salir a jugar y construír la casa más fuerte. No quiero ser chanchito.
Según Blancanieves y los siete enanitos, trabajar en serie en una mina oscura ocho horas recolectando diamantes para otro, mientas la única mujer se queda en la casa limpiando y cocinando. No quiero ser un enano, ni blancanieves.
Según Rocky, ganarle al ruso Ivan Drago, en Rusia, en el año 1985 (plena Guerra Fría) y terminar completamente vestido con los colores de Estados Unidos, en andas, siendo ovacionado por los propios rusos. No quiero ser Rocky.
O ser Tío rico y que mi felicidad pase por poder tirarme entre los billetes. No, gracias.


Nací consumiendo estos héroes pero es hora de que me cuestione cuál es el mío. La cultura, los grupos de poder, la política y los medios, como principal canal, me ofrecen una enorme variedad de héroes iguales. Detrás del genio de Tinelli, hay una espectacularización del chimento, la pelea burda,  la falta de respeto y la mujer como objeto. Tampoco quiero ser como él.

Más acá en el espacio, en el cuarto de al lado también hay un héroe que lo fue dentro de su historia y que permitió que yo contara la mia. Nuestro entorno se ha construído en un contexto particular, con necesidades específicas y con soluciones limitadas a su realidad. Entenderlos, reconocer su hazaña dentro de su camino, es el primer paso hacia preguntarse si todos deberíamos tener el mismo poder, la misma kryptonita y los mismos enemigos. Creo que no.

Pensemos en nuestros objetivos, en nuestras virtudes, en los logros que hemos obtenido más allá de que hayan sido con herramientas distintas. Somos hijos de nuestro relato y ganar o perder, depende del significado que le demos a ese concepto. Tu héroe, podés ser vos.

martes, 15 de abril de 2014

La bestia rock

"Esta vez es en Gualeguaychú, tenemos que ir" fue la frase que desató la aventura de un par de ricoteros amateurs. Caminantes del costado más comercial de los redonditos partieron hacia la misa de más de 180.000 personas detrás de un sólo Dios, Carlos "Indio" Solari. 

No solo la ciudad anfitriona sino todos sus pueblos linderos fueron parte del nuevo carnaval. Ya Pueblo Belgrano se hacía intransitable, resignándonos a una larga caminata, dejamos el vehículo y algunas de nuestras pertenencias y nos metimos entre los autos estacionados en los jardines de las casas, cientos de omnibus atravesados, decenas de puestos de ventas de remeras con la fecha de ese día (todas oficiales, a pesar de ser diseños totalmente distintos entre sí) y los infaltables choris, patys, sanguches de mila, birras y fernés. Todos de dudosa procedencia y estado. 

El viento tenía acordes de ricota. Las palabras entre nosotros, los gritos de los vendedores ambulantes y todo lo que sonaba, tenía como base únicamente canciones con esa voz aguda que nace desde alguna parte magistral de la garganta a la que nadie más pudo imitar jamás. Les puedo asegurar, que ni un celular se atrevió a darle paso a otro cantante. 


Caminamos durante dos horas casi sin parar siguiendo a la mayoría sin que nadie nos pidiera la entrada ni siquiera. Atravesamos un puente que nos dejó desnudos frente a los no más de 10º y un viento asustador pero con la esperanza de un infierno encantador.

Casi no había policías. Los encargados del control eran simples civiles diferenciados por un chaleco verde flúo, que parados en fila, cada tanto gritaban "todos con entrada en mano". Los ojos se nos iluminaron, estábamos llegando al Hipódromo de Gualeguaychú, la iglesia ambulante. 

El barro estaba pronto para sostener a más de 170.000 almas con ganas de saltar. Enormes charcos de agua sucia iban siendo esquivados por los ingenuos que llegábamos 3 o 4 horas antes del recital. Ahí ganaba el que más aguantaba con los pies secos. Perdí casi imediatamente. Desde la puerta de entrada, General A, hasta el escenario estimé más de 500 metros, y era la puerta más cercana. Varias torres con pantallas gigantes se distribuyeron para los desafortunados que pagaron 45 dólares para verlo por un proyector. No fue mi caso, madrugué y Dios me ayudó. Perdón, no debo hablar de un Dios en frente a otro.  

El frío se intensificaba. Ya no había chance de moverse a comprar nada porque eramos agujas, en cientos de pajales. No importaba clase social, partido político, ideología, nada. Eramos todos hinchas de un solo equipo al que le cantábamos desde la tribuna más grande que un estadio jamás pudo tener. Un sólo fanático escuché confundirse de destinatario, era un integrante de "La Cámpora", que también con tono futbolero, hizo alusión a la juventud peronista. Pero, por suerte y lógica, no tuvo eco. 

"Lo que pasa que el Indio es Dios y nos está poniendo a prueba. Tenemos que demostrarle qué tan devotos somos" gritaba uno, caminando sobre el charco de barro, con una botella en la mano, entregado al sacrificio digno de un fiel. Así lo sentían. Y casi que me fueron obligando a sentir lo mismo, por transitiva. Había gente emocionada, desfigurada, entusiasmada, enloquecida, totalizada. 

El Rey se hizo esperar 45 minutos más de lo que había pactado su cita. Él marca las formas, las horas, las reglas, los momentos, todo. El propone, nosotros disponemos. El ladrón de nuestros cerebros por un tiempo, algunos un rato, a otros la vida entera. 

A las 10 y 15 de la gélida noche argenta, apareció el Mesías desatando una locura pocas veces vista. Gritándonos, a puro rock, que Nike es la cultura. Con sus característicos lentes pequeños y redonditos, de camisa celeste, una campera que duró solo una canción y su brillosa calvicie legendaria caminaba a paso lento. El calor nos invadió casi como si hubiera salido el sol en ese momento. El dolor en la espalda y piernas por tantas horas de caminata y espera debían esperar. El sonido no era el mejor, altibajos en el volumen de los instrumentos ayudados por el viento a veces perjudicaban su propia garganta "cascadita" como él mismo la describió. Es que hasta para el Indio, también el futuro llegó hace rato.  

A pesar de que los ricoteros amateurs queríamos los temas más conocidos, repasó en su gran mayoría sus producciones como solista. Nos convenció de que es mejor y nos hizo bien. Con su característica parquedad, agradeció fidelidad y se sorprendió por ser siempre más. Tuvo un rato para las Madres y las Abuelas de la plaza de Mayo, aclararnos que en Argentina "hay muchos que están volviendo del exterior, tan mal no se vive" como dicen los medios y que es importante hacerse el test de VIH a pesar de que exista hoy un "cóctel" que controle su expansión. De más está aclarar, que haya dicho lo que haya dicho nosotros debíamos, por mandato sobrenatural, asentir.

Claro que hubo temas de Los Redondos, no solo eso, si no también la compañía de exmúsicos; Semilla Bucciarelli, Sergio Dawi y Walter Sidotti. Por momentos el pogo se expandía. A veces hasta los 150 o 200 metros en los que me encontraba yo y muchas otras hasta los 800 en donde se encontraban los últimos, aproximadamente. Había que apretar los dientes y saltar. Rezar para no perder a nadie y disfrutar. En cada salto, tomarse un instante para perder la mirada y ver que el horizonte también estaba lleno de feligreses.

Esta es una de las pocas vivencias que celosamente voy a guardar en mi memoria para contárselo a mis hijos, nietos y futuras generaciones. Así como seguramente mis antecesores habrán soñado con historias en donde fueron parte de un recital de los Rolling Stones, Los Beatles y tantas otras bandas de brutal convocatoria, yo viví la expresión artística, energética y vibratoria del hombre que más influencia tiene en el mundo del rock en español. 

No lo soñé, esta vez fui parte del pogo más grande del mundo. Y sin saber si volveré al sacrificio de una religión tan invasiva, puedo morir tranquilo, que hay una parte de mi, que vivió lo que tenía que vivir.