viernes, 6 de septiembre de 2013

Perros de la calle

En el corazón del Parque Batlle, pero en el corazón eh. Ahí donde los ruidos de motores se dan una vuelta cada tanto para molestar y quitarle los vicios de paraíso al lugar. Ahí, existe un mundo paralelo, mucho más natural, donde hay verdades individuales que, unos metros más afuera, son fácilmente contrastable.
El verde da lugar a la libertad. El sol, el clima, el campo del asfalto, nos permite soñar en medio del bullicio. Estamos quienes nos tomamos unas vacaciones de la realidad y le damos la mano a un libro para descansar aunque sea un rato, y quienes a veces se van a la ciudad de la mano de alguna responsabilidad. 



Allí, más cerca que lejos, conviven decenas de perros en una armoniosa amistad. En una especie de corral, al que llegan hombres rodeados de canes moviendo su cola en señal de algarabía, se juntan más de cuarenta animales por mañana. De distintas casas, distintos dueños, balcones, veterinarias, patios de 2x2, "pastillitas" y huesos. Todos juntos, libres y educados. 

Al costado, hombres que viven realidades que, solo cada tanto, se comparten entre sí. Aparentando más de cincuenta años, un señor de unos 190 centímetros realiza ejercicios dignos de un futbolista profesional. Pequeños trotes con salto y cabezazo al final, largos tramos con dominio de balón en subida, disparos al vacío de media distancia y hasta 'zig zag' con pelota entre piedras, que vestidas de cono, le ayudan a precisar un dribling envidiable. 

Más allá en el paisaje, otro hombre, en diálogo cerrado con los ponys que luego serán adornos de miles de portaretratos en nuestras casas. Detrás, un "parque de diversiones" con juegos clásicos que generalmente están inmóviles. En un rincón del cuadro, una solitaria y silenciosa oveja que empieza a sufrir el producto de la temperatura y su lana. 

Mientras tanto, madres que le enseñan a sus hijos lo que cuando crezcan, muchos se olvidan de disfrutar. Personas que, como nubes, pasan raudamente mirando el suelo sin darse cuenta de tamaña belleza. Y un canto intenso de loros que seguramente en su idioma, nos piden que nos quedemos un rato más, que cuando se termina el arbolado, vuelve la realidad. 

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