Si entiendo al amor como una institución, que tenga como objetivo, quizás lejano, pero seguramente definitivo, la necesidad de brindarme una familia, y para eso yo deba cumplir con costumbres religiosas, políticas, sociales, etc. Llega un momento que se me transforma en una obsesión. Me limita. Dejo de vivir conectado con mis encuentros emocionales diarios, para prepararme u llevarme hacia el gran proyecto final. Creo que esa construcción del inconsciente está moldeado por un fluir dirigido y me corre de mi única verdad; el hoy.
Idealizo al amor en un fin iluminador de una nueva experiencia igual. Desde el momento que el enamorado logra sentirse así, debería ese caso particular sólo ser una enseñanza de que ese estado de placer supremo se puede lograr. Y a partir de ahí, el único lazo sea el no querer despegarse nunca de ese conocimiento, siempre querer volver a vivirlo, sea con quien sea, o con la acción que sea. El amor y la pasión son distintos caminos que nos llevan a un mismo lugar, al estado emocional más alto. Por lo que deberíamos obsesionarnos, es por siempre querer estar en ese lugar, a pesar de que hoy sea con una acción distinta a la de ayer, sólo el hecho de saber que eso existe, nos debe obligar a buscarlo por todos lados, todo el tiempo.
En esa perspectiva entiendo a la única forma de concebir la relación del sujeto y el amor para que éste explote su costado más puro y sano. En la enseñanza. La experiencia es lo único que nos va a quedar cuando nos vengan a buscar. Es la última vida que nos queda.