martes, 15 de abril de 2014

La bestia rock

"Esta vez es en Gualeguaychú, tenemos que ir" fue la frase que desató la aventura de un par de ricoteros amateurs. Caminantes del costado más comercial de los redonditos partieron hacia la misa de más de 180.000 personas detrás de un sólo Dios, Carlos "Indio" Solari. 

No solo la ciudad anfitriona sino todos sus pueblos linderos fueron parte del nuevo carnaval. Ya Pueblo Belgrano se hacía intransitable, resignándonos a una larga caminata, dejamos el vehículo y algunas de nuestras pertenencias y nos metimos entre los autos estacionados en los jardines de las casas, cientos de omnibus atravesados, decenas de puestos de ventas de remeras con la fecha de ese día (todas oficiales, a pesar de ser diseños totalmente distintos entre sí) y los infaltables choris, patys, sanguches de mila, birras y fernés. Todos de dudosa procedencia y estado. 

El viento tenía acordes de ricota. Las palabras entre nosotros, los gritos de los vendedores ambulantes y todo lo que sonaba, tenía como base únicamente canciones con esa voz aguda que nace desde alguna parte magistral de la garganta a la que nadie más pudo imitar jamás. Les puedo asegurar, que ni un celular se atrevió a darle paso a otro cantante. 


Caminamos durante dos horas casi sin parar siguiendo a la mayoría sin que nadie nos pidiera la entrada ni siquiera. Atravesamos un puente que nos dejó desnudos frente a los no más de 10º y un viento asustador pero con la esperanza de un infierno encantador.

Casi no había policías. Los encargados del control eran simples civiles diferenciados por un chaleco verde flúo, que parados en fila, cada tanto gritaban "todos con entrada en mano". Los ojos se nos iluminaron, estábamos llegando al Hipódromo de Gualeguaychú, la iglesia ambulante. 

El barro estaba pronto para sostener a más de 170.000 almas con ganas de saltar. Enormes charcos de agua sucia iban siendo esquivados por los ingenuos que llegábamos 3 o 4 horas antes del recital. Ahí ganaba el que más aguantaba con los pies secos. Perdí casi imediatamente. Desde la puerta de entrada, General A, hasta el escenario estimé más de 500 metros, y era la puerta más cercana. Varias torres con pantallas gigantes se distribuyeron para los desafortunados que pagaron 45 dólares para verlo por un proyector. No fue mi caso, madrugué y Dios me ayudó. Perdón, no debo hablar de un Dios en frente a otro.  

El frío se intensificaba. Ya no había chance de moverse a comprar nada porque eramos agujas, en cientos de pajales. No importaba clase social, partido político, ideología, nada. Eramos todos hinchas de un solo equipo al que le cantábamos desde la tribuna más grande que un estadio jamás pudo tener. Un sólo fanático escuché confundirse de destinatario, era un integrante de "La Cámpora", que también con tono futbolero, hizo alusión a la juventud peronista. Pero, por suerte y lógica, no tuvo eco. 

"Lo que pasa que el Indio es Dios y nos está poniendo a prueba. Tenemos que demostrarle qué tan devotos somos" gritaba uno, caminando sobre el charco de barro, con una botella en la mano, entregado al sacrificio digno de un fiel. Así lo sentían. Y casi que me fueron obligando a sentir lo mismo, por transitiva. Había gente emocionada, desfigurada, entusiasmada, enloquecida, totalizada. 

El Rey se hizo esperar 45 minutos más de lo que había pactado su cita. Él marca las formas, las horas, las reglas, los momentos, todo. El propone, nosotros disponemos. El ladrón de nuestros cerebros por un tiempo, algunos un rato, a otros la vida entera. 

A las 10 y 15 de la gélida noche argenta, apareció el Mesías desatando una locura pocas veces vista. Gritándonos, a puro rock, que Nike es la cultura. Con sus característicos lentes pequeños y redonditos, de camisa celeste, una campera que duró solo una canción y su brillosa calvicie legendaria caminaba a paso lento. El calor nos invadió casi como si hubiera salido el sol en ese momento. El dolor en la espalda y piernas por tantas horas de caminata y espera debían esperar. El sonido no era el mejor, altibajos en el volumen de los instrumentos ayudados por el viento a veces perjudicaban su propia garganta "cascadita" como él mismo la describió. Es que hasta para el Indio, también el futuro llegó hace rato.  

A pesar de que los ricoteros amateurs queríamos los temas más conocidos, repasó en su gran mayoría sus producciones como solista. Nos convenció de que es mejor y nos hizo bien. Con su característica parquedad, agradeció fidelidad y se sorprendió por ser siempre más. Tuvo un rato para las Madres y las Abuelas de la plaza de Mayo, aclararnos que en Argentina "hay muchos que están volviendo del exterior, tan mal no se vive" como dicen los medios y que es importante hacerse el test de VIH a pesar de que exista hoy un "cóctel" que controle su expansión. De más está aclarar, que haya dicho lo que haya dicho nosotros debíamos, por mandato sobrenatural, asentir.

Claro que hubo temas de Los Redondos, no solo eso, si no también la compañía de exmúsicos; Semilla Bucciarelli, Sergio Dawi y Walter Sidotti. Por momentos el pogo se expandía. A veces hasta los 150 o 200 metros en los que me encontraba yo y muchas otras hasta los 800 en donde se encontraban los últimos, aproximadamente. Había que apretar los dientes y saltar. Rezar para no perder a nadie y disfrutar. En cada salto, tomarse un instante para perder la mirada y ver que el horizonte también estaba lleno de feligreses.

Esta es una de las pocas vivencias que celosamente voy a guardar en mi memoria para contárselo a mis hijos, nietos y futuras generaciones. Así como seguramente mis antecesores habrán soñado con historias en donde fueron parte de un recital de los Rolling Stones, Los Beatles y tantas otras bandas de brutal convocatoria, yo viví la expresión artística, energética y vibratoria del hombre que más influencia tiene en el mundo del rock en español. 

No lo soñé, esta vez fui parte del pogo más grande del mundo. Y sin saber si volveré al sacrificio de una religión tan invasiva, puedo morir tranquilo, que hay una parte de mi, que vivió lo que tenía que vivir.

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