domingo, 12 de febrero de 2012

Sobreviviendo al Sistema de Transporte Metropolitano


Foto: quejasydenunciasuy.blogspot.com

Este servicio tan esencial como difícil, se ha encargado de amargarnos varios días de nuestra existencia. Para empezar, y sin querer caer en la clásica demora del 104, uno debe tener una titánica lucha en la parada para subirse de forma ordenada. Porque claramente, como típicos uruguayos, no somos capaces de formar una fila por orden de llegada, como en cualquier sociedad civilizada, por ende, tenés que hacer alinear los astros en tu cabeza de tal manera que el chofer se digne a frenar cerca de tu posición para poder tomar bien fuerte el pasa manos e impulsarte pechando a todo el que te quiera arrebatar ese tesoro. 

Una vez arriba, llega una interacción que nos define como el eterno país gris que siempre fuimos; la charla con el guarda o chofer/cobrador (que es como ser 'malo' y 'más malo'). -¡Hola!- decís intentando ponerle la mejor onda a tu infeliz lunes. -¿Común?- te responde sin sacar los ojos de su nuevo aparatito. -Sí, común - respondés entendiendo que no podés ir contra el mundo, en todo el planeta es lunes. Ahí, mientras guardás los $81 en monedas, buscás tu asiento, te das cuenta que por una extraña lógica, todos los asientos de las ventanas están ocupados, y te toca elegir compañero. Duro momento, no querés herir susceptibilidades ni discriminar a nadie pero es ahí cuando buscás a esa persona del sexo opuesto, que ronde tu edad, ¡al diablo con tanto moralismo! aunque difícilmente en algún momento cruces alguna palabra más que: "permiso". 

Sorpresivamente, dos paradas después, en frente a algún shopping, se suben al rededor de 620 personas. Vos, que estirabas tus piernas tenés que jugar al contorcionista y colocar tus rodillas lo más cerca de tu pecho posible y aguantarle la cartera o mochila (en el mejor de los casos) a quien con mucha fortuna, se paró a tu lado. No sé con qué intención fue diseñada la ingeniería de estos vehículos, pero convengamos que la cara de la persona que está sentada, queda a la misma altura de una parte "poco feliz". Bueno, por lo menos para ser lunes y no tener mucho poder de decisión de quien se pare (y no en sentido figurado) al lado. 

Pasan algunos minutos y empezás a escuchar un sonido que perturba tu oído y existencia. De a poquito penetra tu cerebro y empieza a correr un sudor frío por tu espalda, mirás para todos lados desesperadamente, y ahí entendés qué es; son los Wachiturros  que comenzaron a sonar en el maldito celular  de un adolescente lleno de clavos en la cara y con un gorro apenas colocado sobre sus pelos embadurnados por el Gel verde de dudosa reputación. Es terrible, tus ganas de tirarte y dejar todo atrás, tu familia, la mascota, el trabajo, la novela, todo, que quede todo en esta vida junto a Marcelo Tinelli y partir hacia el mismísimo desierto, que debe ser uno de los pocos lugares que no son invadidos por jóvenes con equipos de audios en forma de celular. 


Con dos kilos de menos, producto de la constante transpiración, empieza el comienzo del fin; intentar bajarse. Va levantando su mochila o bolso de manera de no golpear a nadie, pero es imposible. Nadie se mueve para dejarte pasar y todos se molestan por tu presencia. No te sientas mal, tenemos el transporte metropolitano más caro de América Latina, los demás deben ser peores.

Se me ha ido larga la catársis y no hablé de: 
- El o los artistas frustrados.
- Los chichos de REMAR.
- El que tiene mucha más variedad de golosinas que Candy Sweet. 
- La señora que tiene desde un corta uñas hasta un mazo de naipes.
- La batalla por un asiento libre.
- La señorita que abusa de su excesivo peso para pedir el asiento maternal.

En fin, si sobrevivo al 468, les regalaré la segunda parte... 

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